El Apocalipsis y las epidemias


Siempre que ocurran fenĂłmenos trágicos, como terremotos, huracanes o epidemias, muchas personas comienzan a pensar “apocalĂ­pticamente”. En un sentido, sanamente encaminada, esa reacciĂłn puede ser positiva. En nuestras experiencias dolorosas, Dios nos llama a la reflexiĂłn sobre nuestras vidas y sobre la sociedad en que vivimos.

   Muchas veces, sin embargo, el pánico lleva a la gente a conclusiones totalmente ajenas a la intenciĂłn del autor bĂ­blico. Algunas personas presuponen que es Dios mismo quien causa estas tragedias, como si el Creador metiera la mano en los volcanes para causar erupciones o como si las epidemias fuesen una especie de sabotaje biolĂłgico realizado por el Todopoderoso. Entonces concluyen que con esos fenĂłmenos Dios está castigando a la humanidad, sobre todo a grupos o naciones que no son de nuestro agrado. Otros llevan la especulaciĂłn un paso más adelante, para afirmar que cualquier desastre o calamidad es una nueva prueba de la pronta venida de Cristo.

.

   Todo eso requiere una orientaciĂłn mucho mejor para la interpretaciĂłn del Apocalipsis. Para eso, lo primero que nos puede ayudar es recordar que el autor del Apocalipsis era un pastor, escribiendo a los miembros de las siete congregaciones que atendĂ­a. Como pastor que era, les hablaba de los problemas que vivĂ­an ellos, en lenguaje que ellos podĂ­an entender. Escribe a hermanos y hermanas que vivĂ­an bajo la constante amenaza del imperio romano, en la zozobra y angustia que esa situaciĂłn creaba. Como buen pastor, escribe para levantarles el ánimo e infundirles valor. Jamás les caerĂ­a encima con mensajes misteriosos o deprimentes.

   Todo el mundo sabe que el Apocalipsis es un libro que se compone mayormente de visiones, pero pocas personas saben interpretarlas bien. Se suele dar por sentado que las visiones siempre presagian sucesos que van a ocurrir literalmente en el futuro. Sin embargo, toda la literatura apocalĂ­ptica, incluso el Apocalipsis de Juan, suele ser altamente simbĂłlica y pocas veces literal. Las visiones del Apocalipsis traen innumerables detalles que carecerĂ­an de sentido si se tomaran literalmente: ¡Cristo tiene pies de bronce y siete estrellas en su mano derecha (1:15-16) y vendrá a caballo (19:11)!  Además, en las visiones los verbos vienen casi siempre en tiempo pasado, del momento en que Juan habĂ­a visto la visiĂłn. Si nosotros queremos convertir los verbos en futuro, es decisiĂłn nuestra, quizá legĂ­tima, pero una decisiĂłn que va más allá del texto inspirado.

.

   Aunque las visiones pueden referirse a realidades literales, no tiene que ser asĂ­ siempre. De hecho, lo simbĂłlico domina más que lo literal en el Apocalipsis. De igual manera, las visiones pueden referirse a sucesos futuros, pero no necesariamente ni siempre. De las trompetas, por ejemplo, es muy dudoso que 8:7 y 9:18 deben tomarse como desastres literales del futuro y que Dios vaya a destruir de un solo golpe una tercera parte de los bosques y matar uno de cada tres seres humanos. Cada persona tiene que interpretar las visiones responsablemente, buscando el más fiel sentido de cada una de ellas.

   El Ăşnico texto en Apocalipsis que habla de epidemias es 6:8 (y quizá Ap 2:23 y 18:8, pero parecen referirse a la muerte como tal y no a pestilencias). La referencia a una "Ăşlcera maligna y pestilente" en 16:2 ("una llaga maligna y repugnante" NVI) tampoco sugiere una epidemia. La palabra "pestes" (loimos) no aparece en el texto griego de Mt 24:8, pero en el pasaje paralelo de Lc 21:11 sĂ­ aparece. La palabra aparece tambiĂ©n en Hch 24:5, donde los enemigos describen a Pablo como una plaga (NVI). Por otra parte, la palabra "plaga" (plĂŞgĂŞ), derivado del verbo plĂŞssĂ´, "golpear", nunca tiene el sentido especĂ­fico de una epidemia, sino de "un golpe" de cualquier naturaleza. El prototipo son los diez "golpes" con los que MoisĂ©s "hiriĂł la tierra" (cf. Ap 11:6), que tampoco eran epidemias. En el Nuevo Testamento, los Ăşnicos textos que hablan de epidemias son Ap 6:8 y Lc 21:11.

   Esta menciĂłn de pestilencia ocurre en la descripciĂłn del cuarto caballo, de color amarillento, que sale cuando el Cordero abre el cuarto sello.

   En Ap 6:8 la palabra thanatos aparece dos veces, primero con el sentido de "muerte" y despuĂ©s como "pestilencia". Los jinetes del cuarto caballo son la Muerte y su acompañante, el Hades. Son la pareja más mortĂ­fera que existe y la quinta esencia de la anti-vida. La palabra griega para "Muerte" es thanatos, pero esa misma palabra en la LXX (Septuaginta) del Antiguo Testamento significaba tambiĂ©n "pestilencia mortal" (Éx 5:3). El texto entonces aprovecha ese juego de palabras para afirmar, "El Thanatos (la muerte) mata por el thanatos (la pestilencia)". El Hades, por otro lado, es el nombre del dios griego de los muertos y del subterráneo mundo de ellos.  En el Nuevo Testamento, además de la morada interina de los muertos (llamada Sheol en el hebreo), el Hades puede considerarse "el imperio de la muerte" (Heb 2:14), "el dominio de la muerte" (Rom 6:9) o "el rey de los terrores" (Job 18:14).

   Una clave esencial para interpretar los siete sellos, entre los que aparece el caballo amarillo con sus pestilencias, es que son una relectura y actualizaciĂłn por Juan del sermĂłn apocalĂ­ptico de JesĂşs (Mt 24; Mr 13; Lc 21). Hay paralelismo punto por punto.  Al anuncio de guerras y rumores de guerras (Mt 24:6-7) corresponde el caballo rojo; a las hambrunas (24:7) corresponde el caballo negro; a las pestilencias (Lc 21:11) corresponde el caballo amarillo; a la persecuciĂłn (Mt 24:9) corresponde el quinto sello, a los terremotos (Mt 24:7) el sexto sello, y a la victoriosa predicaciĂłn del evangelio a las naciones (24:14) corresponde el caballo blanco. Lo más interesante del sermĂłn de JesĂşs, y por eso tambiĂ©n de los siete sellos, es que JesĂşs nunca clasifica ninguno de esos fenĂłmenos como señal de nada. Aunque los discĂ­pulos pidieron señal (24:3), JesĂşs no menciona señales hasta referirse a las señales falsas de los seudo-cristos y seudo-profetas (24:17), y despuĂ©s "la señal del Hijo de hombre en el cielo" (24:30). En la respuesta de JesĂşs a la desatinada pregunta de ellos (cf. Mat 16:1-4), la Ăşnica señal es Cristo mismo en su venida. Contrario a la expectativa de ellos y de muchos hoy, el Señor advierte que "es necesario que todo esto acontezca; pero aĂşn no es el fin" (Mt 24:6; Mr 13:7; Lc 21:9). Todos estos fenĂłmenos no son más que el principio de dolores (Mt 24:8). Son los falsos maestros que dicen, "El tiempo está cerca" (Lc 21:8; cf. 2 Tes 2:1-3).

   Es obvio que ha prevalecido una interpretaciĂłn muy errada de este sermĂłn de JesĂşs, con consecuencias seriamente negativas. Cada terremoto o pestilencia es interpretado como un castigo de Dios o una señal del pronto fin del mundo. Eso lleva a unos cristianos a celebrar los desastres, si son en tierra ajena, con una alegrĂ­a morbosa, porque anuncian la venida de Cristo. Debemos tener claro que Dios no causa terremotos ni epidemias, ni está castigando a nadie con ellos, ni son señales del fin del mundo. Lo mismo vale para el dramático simbolismo de los siete sellos. Tanto el sermĂłn de JesĂşs como la visiĂłn de los sellos describen sucesos comunes, en la historia de nuestro gimiente mundo (Rom 8:19-22), hasta que Cristo vuelva.

   Nos puede extrañar leer que Muerte y Hades recibieron autoridad "sobre la cuarta parte de la tierra, para matar por medio de la espada [caballo rojo], el hambre [caballo negro], las epidemias [caballo amarillo] y las fieras de la tierra" (6:8). Ya hemos señalado que eso no debe tomarse literalmente, como si se tratara de alguna masacre futura, que serĂ­a el peor genocidio de toda la historia humana. La frase se deriva de una fĂłrmula clásica en las amonestaciones a Israel de castigo por guerra, hambre, peste y fieras (Ezq 5:12,17; 14:21; 33:27; Jer 14:12,18; 24:10; 44:18,27). SegĂşn la advertencia de Ezq 5:12, "Una tercera parte de tu pueblo morirá en tus calles por la peste y por el hambre; otra tercera parte caerá a filo de espada en tus alrededores, y a la tercera parte restante la dispersarĂ© por los cuatro vientos". Pero segĂşn la visiĂłn del cuarto caballo en el Apocalipsis, derivada de esa tradiciĂłn, Dios suaviza esas severas proporciones para aplicar el juicio, contra la tradiciĂłn, a una cuarta parte y asĂ­ dejar más espacio para el arrepentimiento. Como los impĂ­os no se arrepienten por los sellos, con las visiones de las trompetas el porcentaje simbĂłlico sube a una tercera parte (8:7-10,12) y de las copas será el todo (16:3-4). Aunque no parezca, son las matemáticas de la misericordia y la paciencia de Dios.

   El mensaje central del relato de los sellos es que Jesucristo es el Señor de la historia, con todos sus terremotos y epidemias, y Ă©l es la clave al sentido de los acontecimientos. Cuando nadie era digno de abrir los sellos, Juan llorĂł desconsoladamente (5:4). En cambio, cuando apareciĂł Cristo crucificado (Cordero inmolado) y resucitado (Cordero levantado, en pie), apareciĂł tambiĂ©n el Señor de la historia y de todas sus variadas circunstancias. Esa revelaciĂłn de Cristo puso a todo el cosmos a cantar (5:8-13). El futuro está ahora en manos de aquel que nos amĂł y nos ama, que muriĂł y resucitĂł por nuestra redenciĂłn, el Ăşnico que puede abrir los sellos del futuro. Eso incluye los terremotos y las epidemias, no exactamente en el sentido de que Cristo los permitiera, mucho menos que los causara, pero sĂ­ que esos sucesos no se escapan de su soberanĂ­a, quien "dispone todas las cosas para bien" (Rom 8:28; Gen 50:20). Él entreteje todos los varios hilos de la vida en el tapiz de su amor y gracia.

   Juan tuvo un propĂłsito pastoral al narrar sus tres septenarios (sellos, cap. 6; trompetas, 8-9; copas, 16). En el caso de los sellos Juan pretende ayudar a los fieles a entender la historia y las aflicciones que ella trae a la luz del señorĂ­o del Cordero. Pero la meta fundamental de los tres septenarios es llamar a los injustos al arrepentimiento por medio de las visiones. El sexto sello describe el gran remordimiento de los impĂ­os, especialmente los ricos y poderosos (6:15-17). DespuĂ©s de las terribles visiones de la quinta y la sexta trompetas, Juan observa que "ni aun asĂ­ se arrepintieron de las obras de sus manos, ni dejaron de adorar a los demonios" (9:20), y despuĂ©s de la cuarta y quinta copas de vino amargo, en vez de arrepentirse los pecadores blasfeman contra Dios (16:9,11). Es claro que Juan entiende estas visiones no tanto como castigos sino como llamadas a arrepentirse y buscar a Dios (cf. 14:7). AsĂ­ tambiĂ©n las pandemias - hoy del Covid-19 o la influenza porcina H1N1 del 2009, entre muchas otras - deberĂ­an movernos a examinar nuestras vidas y buscar a Dios.

   El cuarto caballo, con sus jinetes "Muerte" y "Hades", es parte de toda una interpretaciĂłn teolĂłgica de la muerte. Aunque el libro comienza anunciando que Cristo tiene las llaves del Hades y de la muerte (1:18), el libro no evade la dura realidad de enfermedad y muerte. Llama a los creyentes a ser fieles hasta la muerte (2:10) y denuncia a los violentos que ponen a la gente a matarse entre sĂ­ (6:4). Anuncia la victoria de los que "no valoraron tanto su vida como para evitar la muerte" (12:11). Por eso, "bienaventurados los que mueren en el Señor... descansarán de sus fatigas y sus obras les siguen" (14:13). A ellos les espera la resurrecciĂłn del cuerpo, pero para los impĂ­os vendrá la segunda muerte (20:6). Y al fin de todo, la Muerte y el Hades, que fueron los primeros enemigos (6:4,8), serán los Ăşltimos en ser lanzados al lago de azufre y fuego (20:14). Todo este libro es la historia de la derrota final de la muerte y el hades y la victoria de la vida en Jesucristo.

   La Biblia suele personificar la muerte, a veces en forma muy dramática. SegĂşn Jer 9:21, "la muerte se ha metido por nuestras ventanas, ha entrado en nuestros palacios". La muerte toma a los orgullosos y los conduce por la mano hacia el hades (Sal 49:14).  La muerte tiene un apetito feroz (Prv 27:20; 30:16; Job 18:13; Hab 2:5). SegĂşn la literatura ugarĂ­tica, cuando la muerte tiene hambre, devora su comida con las dos manos. Pero a esta pareja devoradora de sus vĂ­ctimas, Dios la ha devorado con el poder de la resurrecciĂłn (Isa 25:8; 1 Cor 15:54; 2 Cor 5:4, "sorbida, tragada", Comentario del Apocalipsis II:65).

   Aunque las epidemias no pasan de ser un tema secundario en el Apocalipsis, este libro nos brinda un resonante mensaje de esperanza tambiĂ©n para este momento de pandemia que vive el mundo. Lejos del terrorismo apocalĂ­ptico o de sensacionalismo escatolĂłgico, el Señor nos llama a hacer frente a la vida y la muerte en el poder de la fe para ser fieles al Señor bajo toda circunstancia.

Fuente: https://juanstam.com/

No hay comentarios.